viernes, 19 de octubre de 2007

Las mil y una Romas


-Muchacho, despierta. Armando lo sacudía con fuerza.
-Veo que el aire romano te sienta bien o acaso son las penumbras de la iglesia. Tengo una hambre terrible.
-Sí, yo también. Tras este descanso sería perfecto un buen plato calentito.
Ven, conozco un lugar estupendo aquí cerca.
Por un momento las ramas de los enormes plátanos de Via Veneto parecieron saludarles como triunfadores que se mostraban a la ciudad saliendo del templo.
Bajaron hasta piazza Barberini. En el semáforo, esperando la luz verde, Eneas se quedó parado un instante mientras Armando atravesaba en rojo, a la romana. Escuchaba el sonido del agua. En medio del tráfico era uno de sus sonidos preferidos, que lo tranquilizaba y por un momento le devolvía la ilusión de la naturaleza. Se dio la vuelta y contempló una curiosa fuente en forma de cocha abierta con tres abejas. Armando, viendo que Eneas no lo seguía volvió a cruzar en rojo en sentido opuesto.
-Aquí estamos en la zona Barberini y sus abejas están come en casa, aunque estas les trajeron mala suerte.
-¿Por qué?
-Así dicen, no sé bien por qué. A ti que te gustan las historias y vienes para empezar la tuya podríais investigarlo. Sé que tiene que ver algo con ese número romano escrito en la concha.
-XXI, y ¿qué pasó en el año XXI del Pontificado?
-Ah! No sé. Es cosa tuya. ¿Te gusta? Yo siempre la he visto aquí pero mi abuelo se acordaba de cuándo la pusieron en el año 20. Es una fuente extraña aquí escondida. Pero el agua es buenísima.
-¡Qué extraña esta plaza!
-Ven, vamos, está en verde.
Pasaron ante el hotel Bernini, ese cubo con la típica arquitectura de la época del fascismo italiano y cruzaron hacia el centro de la plaza entre los pitidos de un taxista con mucha prisa.
Mirando hacia el hotel a la derecha se elevaba la mole del Palazzo Barberini. Parecía que la calle que subía hacia Termini lo había encajonado en su altura, como si tuviera miedo de asomarse al tráfico o éste lo hubiera invadido en su tranquilidad.
-Hasta hace poco esta zona alta era una lugar apartado. Mi abuelo me contaba de cuando via Veneto era parte del estupendo parque de la familia Ludovisi y el palazzo Barberini se extendía sobre esta calle que han abierto, cuando antes de que construyeran el hotel estaba la famosa Ostaria del Bajocco, lugar de encuentro de artistas y vividores que subían a esta plaza retirada del centro. Ya ves, ahora hoteles, taxis, tráfico incesante, coches oficiales, un cine enorme...
-Sí, parece como si un artista hubiera querido mezclar varios cuadros en uno, como si no terminara de decidirse qué objeto ni época le interesa más. Sólo que en este cuadro, en la vista de la plaza tendrían que entrar también las otras dimensiones. Tendrían que entrar los techos de aquella casa de la esquina, ¡has visto que artesonado de madera labrada!, los lampadarios de la otra, el balcón que está junto a aquella otra calle, la de S. Basilio, y las salas, altísimas de las que sólo se ven colores brillantes, del palazzo Barberini.
-Después de comer iremos si tú quieres. Hoy es mi día libre. Así entro en este Palazzo. Toda mi vida pasando por delante con el taxi y nunca he entrado. No sé ni lo que hay. En el periódico hace unos meses he visto que han inaugurado una parte nueva del edificio que antes ocupaban los militares. Dicen que es un pedazo museo.
-Sí, vamos. Pero, mira, ahora que estamos cerca. Te has fijado en que la fuente del Tritón no tiene nada en ‘piedra’. Todo está convertido en naturaleza, en símbolo, en movimiento. Nada es una línea, no importa la piedra sino su alma, lo que representa, como si su duro rostro se transformara en el de un actor con una máscara de acción. Su voz sería la del agua saliendo amplificada de la concha que alza el Tritón. No son las líneas sino el movimiento, no es la belleza, la armonía o una idea sino el fluir, las emociones, los contrastes, la Roma que se descubre contradictoria, mitad humana-racional y mitad pez inaferrable, oscura como el fondo del mar, pasional como sus corrientes. Es estupenda esta magia de contar con la piedra, de transformarla en actriz en el escenario de Roma. Roma podría ser el devenir, Lisístrata o una ninfa del agua, como aquella escultura femenina que está en el Museo Clementino del Vaticano. Un movimiento. Bernini sería el guionista y actor desesperado, condenado a gritar en su papel a través de la piedra.
-Ya estamos. Venga, que son las 12 y media. Deja el Tritón para la sobremesa que si no no encontramos sitio en le Colline Emiliane. Ya se me hace la boca agua pensando en el ‘spezzatino’.
-Voy. No tires que ya voy.
Al poco estaban bajando por la estrecha calle degli Avignonesi, como otra Roma de adoquines entre la baraunda de la plaza y via del Tritone.